Campo y cardos

Anduve por ahí

Los árboles y la tierra
parecían los mismos
De lejos venía
el ruido de la trilla
y en el cielo de sol
las bandadas de la virgen
No se vuelve
No se parte

Bernardo Uchitel

 

Campo Pampa
O el delgado espesor de lo real.

”¿Qué impresiones ha de dejar en el habitante de la República Argentina el simple acto de clavar los ojos en el horizonte, i ver….no ver nada; porque cuanto mas hunde los ojos en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, mas se le aleja, mas lo fascina, lo confunde, i lo sume en la contemplación de la duda? ¿Dónde termina aquel mundo que quiere, en vano, penetrar?.¡No lo sabe¡. ¿Qué hai mas allá de lo que ve? “

D. F. Sarmiento

 

La vista acerca la lejanía que la pampa impone; a su vez, criados en esa anchura de la visión, reparamos también en los pequeños detalles, que la tornan indescifrablemente íntima: la gradación de verdes, un árbol -que por sombra o “per belleza”-, creció en la sucesión de aterciopelados sembradíos, el repiqueteo de la cigarra en el verano. Gustavo Lozano ejecuta de ella un amplio al tiempo que detallado registro de campo, deteniéndose en lo que el apurado pasante desestima: la sucesión de cardales, a primera vista uniforme, detenido en parciales visiones nocturnas que lo tornan casi mágicamente fosforescente; y mientras surcos de terca simetría dejan entrever el horizonte, ese fardo de heno, macizo amarillo, toque de atención, más que interrumpir, acentúa el idilio del hacer del hombre con su entorno, mostrando la calma agitación con que el suelo preñado de simiente elabora sin cesar.

No hay – salvo la insuficiente “Radiografía” de Martínez Estrada, - adecuadas descripciones críticas del paisaje pampeano. Víctor Grippo –alguna vez fotógrafo- hablaba de la luz quebrada que identifica el lugar: aunando ambos y disímiles argumentos, concluiremos que la prioridad de atestiguar proviene casi exclusivamente de los artistas, y poco de los teóricos. Lozano, luminosamente, sigue ese género, - teniendo como lejana referencia la pintura de Policastro en algunas tomas-, destacando con precisión unas veces, focalizando otras, a los silenciosos moradores que habitan la extensión, mostrando el amplio arco del cielo sobre un acotado enjambre de árboles. Otras, deliberadamente, utiliza recursos mecánicos insuficientes, para dejar hablar al paisaje.

GL memora, observa y fija: plantas arborescentes luminosas dejan filtrar el fuego último del ocaso, a veces depositado en el piso junto a un flujo de agua; esbeltos álamos que no llegan a constituirse en fronda, señorean junto a un macizo de florecillas silvestres, que detonan en color. Hay más: un elegante eucalipto sostenido por un vástago, otro doblado por el viento, un robusto tercero, que aun tronchado, erige sin embargo, de la destrucción, sus ramas al cielo. Una cosa es indudable: el amor y la calidad técnica con el que el tema es tratado, habitando aquella inmensidad, poblándola de invisibles y juguetones dioses lares, que confunden campo con pampa, esa tierra tan cercana y al mismo tiempo nebulosa. El cambiante espesor de lo real, de tan asible, se vuelve delgado al detenerlo en imágenes, y Lozano se lo apropia con gesto seguro, para volver a disolverlo en un aire casi palpable y audible.

Osvaldo Mastromauro

Otras series de esta edición