Desapariciones

Recorrido por la muerte argentina

por Osvaldo Bayer

El Holocausto de las Desapariciones. Desaparición, vocablo argentino. La Muerte Argentina. Para siempre, en la historia del mundo. Ver el rostro de la desaparición. Eso es lo que se ha propuesto Helen Zout. No hay concesiones. Sus imágenes lo dicen todo. De rostros jóvenes quedan sólo huesos. Con el balazo que los atraviesa. Paso a paso. Hasta en el sobreviviente está presente todo: la desaparición, el balazo en el alma. La injusticia sufrida. En los ojos. Los ojos lo expresan, en la protesta infinita. La mancha de sangre signada oficialmente. Los jóvenes de la protesta catalogados para la tortura del final. El dibujo de la mujer gorda: testimonio de Jorge Julio López. Nuestro desaparecido de la democracia, a quien no fuimos capaces ni de proteger ni de encontrar. Los poderes de siempre sobre el poder ciudadano. Democracia con desaparecidos. Democracia argentina.

La lente de Helen Zout es implacable. Cómo fue la vida en la desaparición. Una sociedad argentina que hace desaparecer o permite desaparecer. No hay ninguna demagogia en las imágenes. Es así. Sin poesía, sin sueños. Blanco y negro. Todo el terror de los rostros ya sin esperanzas. El Circuito Camps en el rostro de Nilda Eloy, sobreviviente. Jorge Julio López sobreviviente de ayer y desaparecido de hoy. Su rostro que no quiere ver, que no quiere mirar, como si supiera que aparecido ayer significa en la Argentina desaparecido hoy. No quiere mirar. No hay escapatoria. Frente al verdadero rostro del represor de siempre y la luz y las sombras lo convierten en un monstruo, su verdadera identidad, el monstruo, que no es un adjetivo, es así, el monstruo torturador de uniforme. El espantajo. El esperpento uniformado. El hipócrita total. La totalidad de la hipocresía más abyecta. El rostro del torturador escondido por sombras, luces y efectos de la Etica traicionada hasta el punto final. De pronto la madre invencible. Frente al rostro del desaparecedor, la nobleza de la madre del desaparecido. El dolor no lo expresa. Pero se ve en sus ojos, en el dibujo de su boca, aquella boca que besó a su niño al nacer, al crecer, al despedirlo. El rostro materno que jamás se dará por vencido y perseguirá con sus ojos al desaparecedor por los siglos de los siglos. A las fuerzas armadas argentinas, a su policía y a todos sus cobardes secuaces civiles, ávidos, mandrias desde su nacimiento hasta su muerte. Sus tumbas estarán siempre en blanco, siempre en blanco. Mandrias. Ya está.

La búsqueda de huesos, huesos descarnados por la estupidez del miedo y del poder, esa conjunción que siempre negó la Paz, negó la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad. Búsqueda de huesos de los valientes. Huesos que ya no tienen rostros pero esos rostros están sonriendo desde el futuro. La Etica eterna. El triunfo final de los que luchan.

Para que las palabras tengan sentido. Para que una flor sea una flor, para que el amor sea amor, para que la caricia valga por encima del balazo, siempre, eternamente.

Nosotros los argentinos transformamos un campo de concentración en un cementerio de autos. Todo un símbolo. Campo de concentración para defender el consumismo. El auto contra la palabra de Jesús, contra la mano abierta, contra los dones de la naturaleza. El auto como ideal y por él, toda tortura se justifica. Helen Zout se aprovecha de la imagen. Una ex desaparecida entre la chatarra del consumismo. Todo está dicho. Ni Hegel, ni Descartes han podido describir mejor hasta dónde llega la perversidad de los perversos. La ex desaparecida junto a la chatarra de sus desaparecedores. Y después, la tarea del duelo: investigar. Los campos de concentración borrados. Pero siempre queda alguna baldosa, algún pedazo de caño, un azulejo mirando curioso. Estuve en El Vesubio. Los asesinos de uniforme trataron de borrar sus depravaciones, pero algo queda siempre. La mirada de una prisionera, el ansia de una mujer por dar a luz en medio de las bestias de uniforme, las ilusiones de un idealista que iba a morir tirado al mar. Lograron borrar las pruebas de la infamia pero no la sombra eterna de los desaparecidos. Los desaparecidos son aparecidos siempre. Aparecerán siempre en nuestra historia argentina. Como los pueblos originarios fusilados por el rémington de Roca.

Después, Helen Zout nos demuestra cómo trasladar un cuerpo “devuelto” por el Río de la Plata a un expediente policial. Toda la burocracia criminal presente. Todo escrito y firmado. Las cosas se hacen bien. Eso nos está describiendo lo cruel de nuestra sociedad. Y luego la explicación del lugar: las aguas como una fiera que se ha engullido a la víctima. Allí fue arrojado el cuerpo indefenso. El río gritó: aquí os devuelvo los muertos que vosotros matáis. Para vuestro futuro. Seres humanos arrojados al río. Una depravación sin límites.

Se lo arroja al río y ya está: desaparece para siempre. Pero aparece, mi general Videla, aparece mi almirante Massera. Desde ese tiempo todas las olas del Río de la Plata muestran un cadáver siempre vivo; todas las luces de las aguas muestran en su espejo el rostro, los rostros de todos los desaparecidos.

El río y todos los Ford Falcon. Todos quienes manejaron y manejen un Ford Falcon se sentirán culpables. El baúl a la medida. El vehículo de la muerte desaparecida. El salvaje secuestro en el bestial encierro. El horror en el transporte hacia la muerte, hacia la atroz tortura, hacia el infierno en la tierra. El orden militar argentino. ¿Para eso San Martín cruzó los Andes? En 1976, el reino de la pistola al cinto, de la picana, de la gorra con el escudo nacional, la venia. Desaparecidos. Pero no para siempre, siempre presentes.

Los ojos de Basterra. El que acumuló las pruebas del horror. Estaba preparando el archivo del futuro. Con paciencia y coraje, las pruebas de la infamia total. Y pese a la capucha del torturador, los rostros de las bestias quedaron al desnudo. Pistola, máscara para ocultarse, pero corbata. Ya preparados para el Festín de la Indignidad.

El rostro de Patricia Chabat. Que vio la muerte y regresó de ella. De sus ojos no se borrará más lo vivido. Regresó a la vida después de haber estado en la muerte. ¿Es posible eso? ¿Las secuelas? Sí, allí estarán siempre. Como en nosotros quedarán en nuestras pupilas los rostros de la última vez que nos vimos con los amigos desaparecidos. Rodolfo, Haroldo, Paco. No hubo tiempo para la despedida, pero quedaron sus ojos de la última vez. Los nobles.

Las tres imágenes que siguen ya no es posible comentarlas. Hay que mirarlas en silencio. Cerrar el libro. Volver a abrirlo. Alguien muy sensible rompería en llanto. Los que no saben llorar pero sienten más que ninguno levantarían la vista y la bajarían avergonzados. Ver la naturaleza en todo su color y alegría y ver lo que hicieron los militares argentinos, más la sociedad argentina. La sangre y los cabellos de los desaparecidos en el fuselaje de los aviones de la muerte. Imaginemos todo. Pero, por encima, la crueldad máxima. Argentina.

Testimonio de la imagen. La hija de padres desaparecidos en una noche con luna en el Río de la Plata. El vacío. El dolor. La impotencia. Todo junto. No hay explicación. ¿Cómo se pudo llegar a eso? Ese es el tema. Todo es posible. He visto a un cardenal español hacer el saludo fascista junto a Franco, el fusilador de poetas. ¿Y monseñor Plaza?; sí, monseñor. Jesús clavado nos mira. Jesús desapareció para siempre en la Argentina, 1976.

El rostro joven de la muerte. El muchacho entreabre los ojos, quiere seguir mirando. Quiere seguir mirando, no se rinde. Y seguirá mirando a los Videla y Massera y a todos sus soplones civiles. Va a seguir mirando. Ese joven jamás cerrará sus ojos. Seguirá primero en la hilera de la protesta humana, siempre. Querido joven, desearía cerrarte los párpados para que descanses. No, es mejor que me sigas mirando para señalarme que el camino es sólo un rumbo: la búsqueda de justicia.

Sobreviviente. Ya no va a haber lágrimas. Están ya todas más allá de los ojos. Los ojos seguirán mirando.

Ser hijo de desaparecido es estar solo para siempre. No, es y será el más acompañado. Estará siempre el ejemplo del padre desaparecido a su lado. El orgullo de tener un padre luchador. Que dio la vida por aquello tan hermoso cantado por todos los pueblos: libertad, igualdad, fraternidad. ¡Qué respaldo, tener un padre así! Mientras los hijos de los represores tendrán que esconderse siempre, siempre, hasta en la tumba buscarán un rincón para negarse. La negación para siempre. El sentir la carne podrida, la sangre podrida, el cerebro podrido. Un olor permanente en todo el cuerpo sin alma. Bajar la vista, pasar desapercibido. El hijo del desaparecido, en cambio, con la vista en el horizonte. El hijo del desaparecedor con la cabeza gacha para no ser reconocido.

Cementerio de Quilmes con una fosa común de desaparecidos. Las botas mancharon para siempre la tierra. La gente se persigna al pasar. Sus muertos ya no tendrán la tranquilidad y el silencio de la eternidad. Al pasar, la gente deja una flor. Flores que jamás se marchitan. Florecen siempre.

La escuela de policía Vucetich, la cual jamás podrá quedar limpia de haber tenido un centro de secuestro, tortura y desaparición. ¿Quién puede estudiar allí? ¿Quién puede ensuciarse las manos y el alma de tal manera? ¿Qué ejemplo para los jóvenes, o acaso es la verdadera escuela así, la que exige la sociedad argentina? ¿Cómo permitimos los argentinos que una escuela de policía sea al mismo tiempo símbolo de la más cobarde de las represiones? Es lo mismo que cuando permitimos que la escuela de oficiales de la policía federal se llame Coronel Ramón Falcón, el bestial asesino de la manifestación obrera del 1 de mayo de 1909. Claro, por algo será. Allí aprendió la policía que luego colaboró en la muerte argentina, la desaparición de personas.

El escrache contra un asesino de uniforme. La casa manchada para siempre. Y una frase: “Asesino. Hijos”. Los hijos de los héroes le pintaron el alma para siempre al represor. Esas manchas quedarán en el frente de la casa y en el rostro de su dueño. El coraje civil de los hijos, que no se rinden.

Pablo Míguez, el joven de catorce años desaparecido en la ESMA. Catorce años. El bronce lo dice todo. La belleza de la adolescencia. Lo cobarde de sus verdugos. Pablo.

Te miraremos siempre. Te pensaremos siempre.

Te tomaremos de la mano para recoger flores. Contigo.

La última página. La última foto. Sara y Jaime. La despedida del hijo en el lugar donde fue arrojado en el río. El final. Para aprender lo que significa crueldad. Para aprender lo que fue la Muerte Argentina. Para que no se repita jamás. Jamás.

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