La velocidad de la deriva

Un paisaje involuntario

Antes no había nada, o casi nada; después no demasiado, unas líneas, pero suficientes para que haya un arriba y un abajo, un principio y un fin, una derecha y una izquierda, un anverso y un reverso.

La página, Georges Perec.

 

Hay una pregunta implícita en el poema de Perec de donde proviene esa cita. La pregunta podría formularse de la siguiente manera: ¿Qué hace falta para que aparezca el espacio en el papel? Si seguimos a Perec, no demasiado.

Ahora bien, traslademos la pregunta a la serie de fotografías que son la excusa de este texto, ¿qué hace falta para que haya paisaje en el papel? Esencialmente una línea bien dispuesta, que divida cielo y tierra. Un horizonte.

De todos modos, si bien una línea correctamente situada hace un arriba y abajo, una duración, una direccionalidad e incluso da cuenta de la tridimensionalidad del soporte; es nuestra voluntad la que hace de ella un paisaje. El paisaje, podríamos decir, está siempre por fuera de aquello que se fija en la fotografía.

Sin embargo, e imágenes como estas invitan a esa discusión, en nuestro tiempo es posible explorar el revés de esa voluntad. Entendido como su ausencia o su forzamiento deliberado hacia el error. Incluso, como en estas imágenes, cierta conjugación entre ausencia de sujeto y error deliberado.

El fijamiento que se configura aquí, es ciertamente uno que parece provenir del error de una cámara que vigila, a toda velocidad y solitariamente, un tramo de paisaje indeterminado. Podríamos imaginar entonces este objeto carente de sentido, vigilando un espacio por el puro hecho de hacerlo.

De hecho, materialmente, estos paisajes son generados por el programa de la cámara en el momento mismo de la toma. No son una construcción posterior. La inserción intencional de la aleatoriedad es, probablemente, el único resto de voluntad presente en la generación de estas fotografías. Por sobre el hecho mismo de la indicialidad fotográfica, en el proceso digital de intercambio y suma de capas, hay aún una pulsión electrónica que a pesar de su codificación tiene un origen similar a la imagen análoga.

Se gesta entonces un paisaje involuntario, que se asienta, no en la mirada del que lo fotografía, sino a través de la aglomeración de múltiples capas de desierto y varias fracciones de tiempo. Esta aglomeración funciona del mismo modo que las capas de historia y sentido que revisten el desierto costero peruano; desde el espacio donde se asentaron diversas civilizaciones precolombinas a uno de los motivos recurrentes de su fotografía.

Y es, sin embargo, desde esa acumulación que surge una mirada desprovista de voluntad. Captura involuntaria que en un paisaje -que es la idea misma de espacialidad- parece ser únicamente testimonio de la velocidad del recorrido.

Andrés Hare.
Buenos Aires, abril de 2017.

Otras series de esta edición